Os dejo un poema...

Te miro mirarme y en tu pupila
queda mi cuerpo quieto, recogido.
Pide hospedaje y, en un gemido
venido huérfano en ti si asila.

Te miro mirarme y el ojo apila
-lo que tú me das, lo que yo te pido-
en el vuelo del aire obscurecido
los pétalos del iris verde y lila.

Te miro mirarme y en ti se queda,
-cansado ya de errar, allí se hospeda-
el deseo que a la mirada crece.

En tu ojo la luz se desparrama
sobre el cuerpo que, inquieto te reclama,
y el aire, ya encendido, se obscurece.

Discurso de la pastora Marcela

Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontencer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir: "Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo". Pero puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y desencaminadas, sin saber en cual habían de parar, porque siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que, tal cual es, el cielo me la dió de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o la espada aguda: que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca.